Por más rápido que corramos, no
podremos escapar de nosotros mismos, de quienes somos y
hacia dónde vamos.
Sabemos cómo encontrarnos con nuestro pasado, pero huimos diariamente de
nuestro futuro, imaginando que no vivimos en el presente y que no respiramos
aire puro sino desechos que viajan sin rumbo fijo.
Cuando empezamos a caminar sin
afanes y sin despistar, vemos que nuestros sentidos ya no están completos, nos
hace falta el hablar, el arcoíris brilla en mil colores, el cielo se despeja a
nuestro favor, la mente se renueva y todo tiene solución, pero… cuando pasa lo
contrario y dejamos que el afán se adueñe de nosotros, es ahí donde sentimos
las llamas del infierno.
¿Quién dijo que no existe el
infierno? Si existe, y lo compartimos. Todos pisamos la misma tierra, respiramos
el mismo aire, tenemos el mismo corazón y por lo tanto sentimos lo que sienten
los demás, no estamos solos, lo que yo diga o haga les va a afectar, de una
manera u otra. Nosotros somos influencia, a corta o larga distancia habrá alguien
que siente o pasa por lo mismo que pasamos nosotros y aunque parezca que no, vivimos
en el mismo infierno, pero perseguidos por distintos demonios, ese demonio que
nos sonríe al espejo cada mañana.
También puedes leer >> Mi preocupación son ellos
Imagen.
https://encrypted-tbn2.gstatic.com/images?q=tbn:ANd9GcSQmQO4iufUxg_SCcmRDtD2v-YGfPZ-CZIOsajWzejR3NMMXlJXWQ
No hay comentarios:
Publicar un comentario