Al parecer no tendría que estar agonizando tanto por un día tan "familiar" pero no puedo cambiar mi final, el destino de morir en domingo fue escrito desde hace tiempo atrás.
Es domingo. Cuando pienso en estar bajo sabanas generalmente pienso por dos, mi cerebro se acuesta en la esquina de mi habitación y contempla desde allí todo mi dolor; mi rostro caído y mi sonrisa en apuros; pienso sobrevivir un día más sin necesidad de caer al piso, todo esto es porque es domingo. El día brilla por su ausencia y el poder que llevo en mis hombres se nubla y se acompleja. La maldición viene acompañada de lluvia y no hablo de esa gata.
Quizá he dejado toda mi autoridad en el lunes que espero tanto para poder
triunfar, los gastos de mis pensamientos me invaden como parásitos en mi andar,
y defino mi alma en martes que me muestran con serenidad mi verdad; la que necesito
cambiar, pero sigue siendo domingo y esto ya es un mal. Domingo por las mañanas
para desayunar, domingos por las tardes para jugar, domingos por la noche para
abrazar, si tan solo el domingo fuera tan fértil como la eternidad, no buscaría
motivos para arrepentirme de ponerme un disfraz, por saltar unos minutos en una
fiesta donde no puedo ni tomar.
Es domingo y pareciera que lo siguiera siendo aun después de los treinta. Solo
con el techo encima y sin nada que pisar, maldito sean los domingos donde mi
helado se derrite al paso del calor infernal que me da y aunque me bañe diez mil
veces creo que el calor de mis poros siempre brotará, pero sé que el día
terminará, me pegunto cuando acabará el domingo parece ser que pasará cuando
logre cambiar un pañal; por lo visto jamás volveré a ver el lunes, pero si mi
final.
No hay comentarios:
Publicar un comentario