Las tardes se me hacían algo
pesadas, las noches muy ligeras, y el universo entero muy absurdo.
Recuerdo las tardes grises, eran
poesía para nuestro deleitar. Las noches
congeladas eran el pretexto idea para palomitas que no existían, y
veladas fantásticas frente a la caja mágica. No eran simples tardes y melosas
noches, eran momentos.
En estos días decidí escribirte, quería saber cómo se había movido tu vida, muy lejos de la mía, muy tuya y eso es de respetar. Ojalá todos ustedes recuerden cada una de mis pecas, las que hacían de mi rostro un apodo grato, de los que nunca volví a escuchar; de amistad o de cariño. Hemos crecido tanto, con las diferencias que teníamos de niño vueltas semejanzas, pero divididas. Lloré al saber que me alejaba de ti, de ustedes, de mí incluso. No volví a escribirte, el tiempo se encargó de que no lo hiciera. Ya no se comparten tardes, ni noches. De hecho ya no noto mis pecas, creo que ellas al igual que nosotros… tuvieron un final.
Quería terminar estas líneas de la manera más bonita, pues se habla de algo que se vive por momentos y por el momento no amerita un final diferente. El momento de todos nosotros, de ti, de mí, ha llegado a su final. Solo quería recordarme a mí mismo, a mi corazón y mis amigos, que nada puede volver a comenzar, y es necesario el final. Fueron gratos momentos que lamento tanto no volverlos eternos, debería decir… que tú, que ustedes olvidaron para siempre.
Ahora las tardes se me hacen
ligeras, las noches algo pesadas, y el universo comprensible.
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