Lo han juzgado tan mal, pero tan
mal que al final se echó la culpa de un delito que jamás cometió.
No tenía cargos en su contra, al
menos eso pensó. Todos lo tenían en muy buen concepto, nadie dudaba de él, no había
motivo para hacerlo, no existían mareas tan altas que ocasionaran un desagüe
fatal. Bastó con abrir su boca, empezó ella a decir sus argumentos y a señalarlo
como criminal, su voz era acusadora y sus manos justicieras fervientes por
empujarlo a la vergüenza. Todos observaban con gran asombro y sus mentes se
fueron llenando de vanos pensamientos, señalamientos y perjuicios. Nadie los
tenia, pero todos fueron adquiriéndolos. Fue tan razonable cada argumento en su
contra, que al final él terminó convenciéndose de una verdad que no existía.
La pena lo abrazó y se cuestionaba
así mismo, como si fuera un criminal, alguien que había engañado a todos, pero
la verdad que mostraba ella era falsa. Todo lo incriminaba, cada tela de
pensamiento salió a flote. Tan natural como la mentira. Él era inocente y lo sabía
en el fondo, sus condiciones lo acusaban, sus actos lo delataban, pero no era
más que una simple coincidencia, lamentablemente para este mudo intolerante no
existen las coincidencias sino las pruebas para poder hundir y juzgar sin tener
la verdad.
Él no era malo, yo tampoco lo
soy, tú menos lo eres, pero nuestros actos y manera de pensar se ven a veces envueltos
en malentendidos que se van acumulando para los miserables justicieros, sin
importar cuan buen comportamiento hayas tenido en el pasado, lo que importa en
este negro mundo hostil es lo malo que llegues a hacer, serás un criminal toda
tu vida, si alguna vez llegas a fallar o al menos eso te harán creer.
No te conviertas en lo que no
eres, no permitas que decidan quién eres en realidad. Que digan lo que tengan
que decir y que convenzan al mundo entero que eres de lo peor, pero tú jamás
les des la razón, aunque los argumentos sean verdaderos. Nadie te conoce mejor
que tú.
Alejandro Alvarez Julio
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